Transcripción del artículo-reflexión sobre el cannabis, publicado por El Comercio, y escrito por nuestro Director Técnico: Cannabis: Final de viaje
Con motivo del Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas que Naciones Unidas celebra el 26 de junio, nos parece oportuno hacer algunas consideraciones en torno al no poco debatido tema del cannabis y sus implicaciones legales, sobre la salud y la construcción social que sobre esta sustancia se va articulando.
Los días 5 y 6 de mayo pasado, la Asociación Proyecto Hombre celebró en Madrid sus XIII Jornadas con el título de “Mitos y Realidades sobre el Cannabis”. En ellas, desde un modelo integrador biopsicosocial, se abordaron aspectos relacionados con las bases biológicas, la prevención y el tratamiento, así como sus repercusiones sobre la salud, la percepción social y la regulación normativa de su uso.
La Encuesta EDADES 2013/2014 del Plan Nacional sobre Drogas, revela que el cannabis es la sustancia ilegal que más demandas de nuevos tratamientos genera (43,6%) y que el número de personas que se inician en su consumo es mayor que el de quienes lo hacen con el tabaco, resultando que el 2,2% de la población comprendida entre los 15 y lo 64 años (más de 700.000 personas) presenta criterios de consumo problemático de cannabis, siendo el 17,02% entre los 15 y 24 años los que reconocen haber consumido cannabis en el último mes. Por otra parte, el Observatorio de la Asociación Proyecto Hombre corrobora este incremento de la demanda en sus tratamientos y en Proyecto Hombre de Asturias, hemos pasado de un 12,1% a un 27,1% en hombres desde el año 2011 al 2015 y de un 6,2% a un 17,8% en el mismo periodo para mujeres, del total de las atenciones que se realizan por diferentes sustancias.
Estos son los datos. Ahora vienen algunas preguntas: ¿Su consumo es, en todas las formas y circunstancias, inocuo, beneficioso o perjudicial?, ¿presenta más o menos riesgos que otras sustancias?, ¿qué sabemos de su química y efectos? ¿por qué está siendo elegida como sustancia central en el debate sobre la legalización o regulación de las drogas?, ¿debemos hacer algo diferente o nuevo?, entre otras. En la actualidad, algunos países lo han regulado y no pocos dirigentes políticos de todo el globo se están planteando su legalización, de manera especial en Latinoamérica y algunos estados de EEUU, en un intento de probar en otras direcciones diferentes a las ensayadas hasta hoy, que han estado centradas en la persecución del tráfico y el desarrollo de programas preventivos y de deshabituación. No sabemos cual será el resultado de estas experiencias, las veremos a largo plazo.
Fue a finales de los años 60 cuando se describen por primera vez los compuestos psicoactivos del cannabis sativa, denominados cannabinoides, entre ellos el THC (tetrahidrocannabinol), el cannabinol y el cannabidiol. El THC tiene todas las características de las drogas de abuso: activa el sistema de recompensa, modula los circuitos emocionales y de respuesta al estrés, así como de regular las funciones ejecutivas y la toma de decisiones actuando en la corteza prefrontal. La continuada autoadministración de cannabinoides psicoactivos provoca tolerancia y dependencia como en el resto de las drogas. Los problemas derivados del abuso del cannabis aparecen en los efectos que pueden ejercer sobre el sistema nervioso central a largo plazo: Trastornos psicóticos, trastornos del estado de ánimo y cambios en las funciones ejecutivas (atención, concentración, toma de decisiones, inhibición, impulsividad, memoria de trabajo y fluidez verbal). Por tanto, inocuo, inocuo, no parece.
Por otro lado, hoy es posible aislar algunos de los principios activos del cannabis y emplearlos, sin ningún tipo de prejuicio ideológico, con fines terapéuticos, al igual que se realiza con otros productos, entre ellos los derivados del opio, y como ya lo ha hecho en 2010 la Agencia Española del Medicamento con un fármaco empleado en el tratamiento de la espasticidad en los pacientes con esclerosis múltiple, habiendo múltiples evidencias científicas de su utilidad en el tratamiento de otras dolencias en pacientes oncológicos, dolores neuropáticos o pérdida de apetito en pacientes con SIDA, entre otras. Por tanto, es una legalización de facto y con una clara eficacia para lo que se quiere tratar, con lo que no parece muy razonable, dado su potencial terapéutico, que pudiendo estar regulado como un medicamento, sean los propios pacientes o su entorno quienes se autoabastezcan y administren en un mercado no legal con la variabilidad y los riesgos que ello comporta. ¿Entonces, dónde está el problema en el ámbito terapéutico?: En ningún sitio mientras los efectos positivos sean superiores a los perjuicios, como cualquier fármaco y bajo prescripción médica.
Otra cuestión diferente es la discusión sobre la legalización/regulación en el ámbito recreativo y de ocio, su prestigio frente al tabaco y otras sustancias, y la constante minimización de los riesgos sobre los que ya hay suficiente evidencia científica, por no hablar de su envoltorio como “producto natural” y su inocuidad medioambiental. Solo el coste que ha tenido sobre la salud el tabaco y lo que social y económicamente está costando revertir el hábito de fumar, debería hacernos reconsiderar la promoción y banalización del consumo de cannabis, por sus consecuencias de todo tipo.
El cannabis ha llegado al final del viaje, se va a quedar, es prestigioso frente a otras sustancias, tiene un aura (como el tabaco la tuvo) y no está asociado en el imaginario social a los efectos negativos de otras drogas, pero ya se apunta a que es la epidemia que nos toca afrontar entre las drogas no legales. ¿Podemos hacer algo mientras tanto?: Sí, sigamos debatiendo con lucidez y honestidad y trabajando desde la evidencia científica y la prevención con el objetivo de mejorar la salud de las personas. Ahí no nos equivocaremos.
Juan Ramón Santos Fernández
Director Técnico de la Fundación C.E.S.P.A.-Proyecto Hombre